PARA SABER MÁS

Gracias al buen hacer del profesor de la UCO, Manuel Bermúdez Vazquez, disponemos de este material que elabora en su proyecto: FILOSOQUÉ?. Podéis pinchar aquí para ver de qué se trata.

El aprendiz de Faraón

 

En un lugar de Egipto de cuyo nombre no quiero acordarme, estaba leyendo el Quijote, un joven príncipe egipcio llamado Falacias. Aunque, según la sociedad de la época, la lectura y la escritura, no tenían mucho sentido, -teniendo en cuenta las pocas personas que sabían leer y escribir-, a Falacias, aquellas historias, aquellas aventuras y desventuras de caballeros andantes, dragones que custodiaban mazmorras, magos con cicatrices en la frente y vampiros adolescentes enfrentados a hombres lobos le parecían fascinantes, pero no pensaba lo mismo de eso el pueblo.

 

-¡Una tontería!- decían.

 

-Debería aprender a luchar, como cualquier príncipe-.

 

-¡Es lo que todos hacen!- gritaban otros.

 

-¡Mientras vivas en palacio harás lo que yo te diga! ¡Comienza a luchar!, ¡mueve la espada!, ¡no te quedes quieto, Falacias!- le ordenaba su maestro Filemón- pero aunque deseaba ser un buen rey, el aprendiz de faraón, no podía quitarse de la cabeza aquellos “cuentos”.

 

Un día, llegó a palacio Jeremías, era viejo y canoso, pequeño y encorvado y tenía un bastón con el que se apoyaba con su arrugado brazo. Solamente había estado dos veces en palacio y, cada vez que llegaba allí, elegía a un discípulo. Jeremías, también conocido como el “gran maestro”, observaba a un joven egipcio que, posteriormente, y, con el paso del tiempo, convertiría en la mano derecha del faraón que estuviera en el poder; lo convertiría en un líder: el mejor vasallo del rey, el guerrero más fuerte, en definitiva el mejor. Por eso, nada más entrar al pueblo, y como había hecho las veces anteriores, se dirigió a la Escuela de Guerra a por el adolescente más fornido. Pero… un momento, ¿quién era aquel joven que no dejaba vislumbrar su cara por culpa de un... LIBRO? El gran maestro sintió frío, incluso con el calor que allí hacía. Según la profecía, “el Salvador del pueblo de Egipto que conquistaría medio mundo con los más aguerridos batallones egipcios debía de ser entrenado por el mejor maestro de la época”. Sin duda, el instructor más sabio era él, pero, después de tanto tiempo ninguno de sus aprendices había conseguido nada más allá del favor de un faraón, pero, aunque el joven era delgado y de apariencia enclenque, presagió que debía escogerlo, más allá de la fuerza y la determinación los compañeros del príncipe.

 

¿Llegó a ser fuerte y grande aquel joven? Nadie lo sabe. ¿Llegó a ser un líder? Nadie lo sabe.

 

 

¿Llegó a conquistar medio mundo?

La leyenda dice que sí.

 

 

Manuel Carrero Cámara

(2010)

1º Bachillerato (A)

 

AQUÍ HAY UNAS CUÁNTAS FALACIAS: ¡ENCUÉNTRALAS!

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